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Las primeras semanas pasaron volando. Me familiaricé con el proyecto y mis tareas y conocí a mucha gente nueva que me acompañaría en mi trayectoria como voluntaria. Lima me pareció una ciudad muy bulliciosa. Era ruidosa y vibrante, había mucho tráfico y las mototaxis con sus altavoces incorporados sepenteaban entre los vehículos. A cualquier hora del día y de la noche, la gente vendía sus mercancías, anunciándolas a bombo y platillo. Al principio, la comunicación me resultaba algo difícil. Pero con el paso del tiempo, mejoré mis conocimientos y pude comunicarme mejor. Disfrutaba mi trabajo y la proximidad del mar.
Me alojé en casa de una familia en Villa El Salvador, un distrito de Lima. Allí me acogieron como a una hija más. Mi familia de acogida me apoyó con cariño y se interesó por mi persona. La vida familiar giraba en torno a discusiones sociopolíticas. Como mi padre de acogida es políticamente activo, me resultó muy útil hablar con él sobre acontecimientos políticos complejos. Pero también hubo siempre oportunidad para divertirse con mis hermanos de acogida más jóvenes.
Trabajé con otros dos voluntarios y voluntarias en la escuela Fe y Alegría nº 17. La escuela tiene una orientación práctica y enseña carpintería, electricidad, trabajos en metal y costura. Además, la enseñanza de valores como la solidaridad, la conciencia medioambiental y la igualdad desempeña un papel importante. Mi tarea consistía en organizar los grupos de trabajo en el área de ocio: inglés, alemán, debate, teatro, coro y huerto escolar.
Mi actividad favorita era el proyecto de horticultura de la escuela. Allí tenía acceso a la naturaleza. En Lima es bastante difícil tenerlo, porque Lima es una gran ciudad con pocos espacios verdes. Puse en marcha un proyecto para reciclar botellas de plástico. Fue una gran experiencia de aprendizaje para mí, porque experimenté lo que es trabajar con recursos limitados y tener que idear acciones con lo que está al alcance de una.
Los momentos más destacados fueron la representación navideña del grupo de teatro, la cosecha conjunta en el huerto escolar y el concierto del coro.
Durante mi estancia en Lima, me volví cada vez más espontánea y probé muchas cosas nuevas. Bailé vals peruano, me integré en la comunidad eclesiástica, lo cual me puso en contacto con varias familias, cociné mucho inspirada por la variedad de productos de los mercados y las habilidades culinarias de mi madre de acogida.
Me entusiasmaba la naturaleza del Perú y, al planificar las primeras excursiones, apenas podía creer que un trayecto de ocho horas fuera algo completamente normal en un fin de semana. Empecé a hacer surf y me percaté del problema de los residuos plásticos. No era nada extraño tener algún residuo de envases encima de la tabla. Hablando sobre este tema con su familia de acogida pudo comprobar que ahora se habla más del problema de los residuos, por ejemplo en las escuelas. Dependiendo del distrito, se instalan cubos de basura públicos.
Y entonces llegó el coronavirus. En Alemania, las cifras de COVID-19 aumentaban sin cesar. Mi familia estaba muy preocupada porque no sabía cómo iba a evolucionar la situación en el Perú y quería que regresara inmediatamente a casa, cosa que en un primer momento ni siquiera se me pasó por la mente. Pero luego, cuando los confinamientos también se produjeron en el Perú, me quedó claro que podía tener que emprender el viaje de regreso en cualquier momento.
No me pude despedir de todo el mundo como me hubiera gustado, lo que me causó estrés adicional. Mi estancia en el Perú no terminó, pues, debidamente y tampoco tuve la posibilidad de prepararme para mi vuelta a Alemana.
A veces tengo la impresión de que solo soñé que estuve en el Perú. Para hacer más llevadero el cambio estuve regularmente en contacto con mi familia anfitriona por vía digital. Durante los meses restantes de mi servicio de voluntariado, intenté continuar con mi curso de alemán ‟Deutsch AG”, lo que no me resultó nada fácil a distancia. Sin embargo, con mi hermana de la familia anfitriona sí funcionaron bien las clases regulares de alemán. Además, a mi regreso decidí colaborar de forma voluntaria con la organización ‟Welthaus Bielefeld”, en la que también apoyé la labor de relaciones públicas que realiza.
Las actividades que desempeñamos como voluntarios y voluntarias no terminan en el momento en el que abandonamos el país de envío. ¡Al contrario! Es ahora cuando realmente empieza. Ahora colaboro en un proyecto de exvoluntarios y exvoluntarias llamado ‟Kulturbuch”, o sea, Libro de la Cultura, donde se coleccionan obras artísticas de los países de acogida y se le ofrece a los voluntarios y voluntarias espacio para desarrollar su propia creatividad.
Ahora vivo mi tiempo de forma mucho más consciente y percibo los acontecimientos de forma más global. Tengo más confianza en mí misma, soy más capaz de trabajar en equipo y me siento más independiente. Asimismo, considero importante no desatender las necesidades y los deseos de los demás.
A través de mi servicio de voluntariado, me he dado cuenta de lo importante que es la educación. Por eso decidí estudiar Filosofía y Economía. Quiero aprender a comprender las estructuras económicas y utilizar estos conocimientos para hacer que las estructuras globales sean más sostenibles. De este modo, quiero contribuir a crear una cooperación para el desarrollo en pie de igualdad que conciba a sus actores como aprendices a lo largo de toda la vida.
Me he dado cuenta de que no tengo que cambiar el mundo, el mundo tiene que cambiarse a sí mismo. Yo solo soy una parte, y lo más valioso que puedo crear son puntos de contacto, impulsos que motiven a la gente a replantearse las cosas y, en última instancia, a crear nuevos puntos de contacto con una nueva actitud. Y por estas oportunidades estoy muy agradecida al programa weltwärts.