Unirse a
weltwärts
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Tuve la oportunidad de ir a un colegio alemán en Bolivia. Allí adquirí los conocimientos básicos del idioma y también aprendí algunas cosas sobre Alemania. Aún recuerdo cómo hojeaba a los trece años las páginas de mi libro de alemán, donde figuraban unos simpáticos personajes llamados Timo, un niño lleno de pecas, y Tanja, una niña que montaba en monopatín. Mientras leía sus aventuras en diferentes lugares de una típica ciudad alemana, suspiraba mientras pensaba: «¡Qué genial sería tener un amigo llamado Timo y una amiga llamada Tanja!».
En 2018, leí en las noticias que Alemania había producido más electricidad con energías renovables que con carbón en el primer semestre del año. Al tener una licenciatura en ingeniería medioambiental, sentí que podía aprender mucho en Alemania. Por eso solicité un servicio de voluntariado con weltwärts en la Organización de Ayuda a la Infancia Boliviana.
El proyecto que más me interesó fue el Centro de Padres e Hijos de Stuttgart. Al consultar su página web, me sorprendió que existiera un lugar de encuentro entre padres e hijos. No conocía un centro de este tipo en mi país, donde, además, el permiso de maternidad es más corto que en Alemania, por lo que desafortunadamente los padres no pueden pasar tanto tiempo con sus hijos.
Me imaginaba hablando con los padres en los pasillos sobre cómo les iba a sus hijos y cruzándome con madres que tomaban un café mientras sus hijos estaban en una clase de teatro. Fue una experiencia mágica cuando me di cuenta de que también esta parte de mi sueño se había hecho realidad. Pude conocer a madres y padres con historias muy diversas, algunos de los cuales estaban disfrutando plenamente su etapa como padres. Organizaban clases de yoga para madres embarazadas o participaban en el concierto de verano del centro, cantaban con los niños por la mañana y bailaban con ellos los viernes por la tarde.
Otras experiencias, en cambio, fueron más difíciles: conocí a padres que se estaban divorciando, no encontraban trabajo, no dominaban el idioma o tenían un hijo enfermo. Cada padre, madre, niño y niña que conocí era único, y nunca olvidaré sus historias y todo lo que me han enseñado.
Nunca olvidaré sus historias y todo lo que me han enseñado.
El centro tiene una cafetería, una cocina, la miniguardería y la guardería abierta (KiBe). Nada más llegar, mi jefe me comunicó que habían asignado a la KiBe.
¡Disfruté mucho trabajando en la guardería abierta!
A la KiBe asisten niños y niñas de entre 0 y 7 años. Había niños y niñas que venían regularmente y otros que venían ocasionalmente. Mi trabajo consistía en abrir la sala, saludar a los primeros niños y niñas que llegaban, anotar sus nombres en la lista de llegada y, en caso necesario, recibir instrucciones de los padres. Me ocupaba de los niños y las niñas, les cambiaba los pañales, les llevaba al baño, les ayudaba a comer, jugaba con ellos y les leía libros.
Me gustaba mi actividad en la guardería abierta, cuidar de los niños y niñas y hacerles reír. Fue divertido aprender nuevas palabras o juegos. Dirigir el grupo de canto infantil dos mañanas a la semana era el punto culminante de toda la semana porque me encantaba cantar con los niños y niñas en alemán.
Lo mejor de la semana fue el grupo de canto infanti.
Si miro hacia atrás, habría aclarado desde el principio con el personal y los padres del centro que yo era una voluntaria y no una «educadora». Esto me habría ahorrado el agobio y el cansancio que sentía algunos días. También me habría ayudado el decir «no» a veces, ser fuerte y decir «no puedo, estoy ocupada con este niño» o «no puedo hacerlo, por favor, hágalo usted».
Creo que nunca dejas de echar de menos a tu país y tu familia, por muy integrada que estés. En los seminarios de la Sociedad Boliviana de Ayuda a la Infancia, un psicólogo nos dijo que lo que sentíamos era normal y que había muchas maneras de procesar esos sentimientos. En mi caso, el acompañamiento y las reuniones mensuales con los demás voluntarios y voluntarias me ayudaron mucho. También me ayudó mucho escribir sobre mi proceso en los informes.
En la época de Navidad o cuando una está enferma o algunas reglas te resultan muy estrictas en la familia de acogida o en el trabajo, una está más sensible. Lo que me ayudaba era llamar a casa o escuchar música alegre boliviana y latina de camino al tren. Recuerdo escuchar cumbia con auriculares en los días grises de invierno e imaginar toda mi realidad a ese ritmo. Otros días ponía música infantil y bailaba con los niños y niñas.
Las reuniones mensuales con los demás voluntarios y voluntarias me ayudaron mucho.
Lo cierto es que me reí mucho con mis colegas de la guardería abierta. Siempre era divertido escuchar las bromas de los niños y niñas. Por ejemplo, había un niño que preguntaba «¿Puedo ganar?» cada vez que jugábamos a un juego de mesa.
Becoming, o sea, «llegar a ser».
Durante mi año de voluntariado, adquirí muchas habilidades sociales. Trabajar en el Centro de Padres e Hijos me ayudó a desarrollar mi sensibilidad. El reconocer que detrás de cada niño o niña hay padres que pasan por momentos buenos y malos. Además, he aprendido muchas cosas de los niños y niñas. Me han enseñado a ver las cosas de forma más sencilla y también a ser curiosa y amable. He aprendido a agacharme y a ver el mundo desde la perspectiva de sus pequeños ojos. Desde esa posición, todo resulta más grande, y nosotros somos los seres en los que ellos más confían. Este es el sentimiento que hoy me guía. Quiero ser la adulta en la que pueden confiar los niños y niñas.
He aprendido a agacharme y a ver el mundo desde la perspectiva de sus pequeños ojos.
Ahora que estoy a punto de terminar mi máster en ingeniería medioambiental por la Universidad de Stuttgart, puedo utilizar todos estos conocimientos con gran orgullo. Por ejemplo, estoy en el Directorio de la Organización de Ayuda a la Infancia Boliviana, donde me ocupo de las necesidades de los centros infantiles que tenemos en Bolivia. También he trabajado como asistente en la Oficina de Diversidad de la Universidad. Pronto realizaré unas prácticas en una empresa que gestiona proyectos de protección del medio ambiente en América Latina. Todo lo que he aprendido este año me ha proporcionado unas habilidades que a partir de ahora siempre me diferenciarán de otras personas.
A diferencia de los voluntarios y voluntarias de Alemania, muchos de los voluntarios y voluntarias del Sur Global ya tienen una licenciatura. Me preocupa que a veces no se aprovechen los conocimientos de estos y estas profesionales debido a la barrera lingüística. Por eso, mi primer consejo sería: ¡Aprendan alemán! Prepárense, traten de aprender el idioma, aprovechen los cursos que nos imparten los profesores de alemán voluntarios. Estudien por las tardes y traten de hablar con los niños y niñas. Ellos son los mejores maestros. Cuando dominas el idioma, puedes organizar más proyectos propios.
También es importante que se ocupen de sí mismos. Una persona solo puede ser útil si se encuentra bien.
Es importante que se ocupen de sí mismos.
No olvidemos mostrar gratitud y responsabilidad en el trabajo y en casa. Es cierto que venimos como voluntarios y voluntarias, pero los proyectos cuentan con nuestro apoyo. Seamos agradecidos porque, al igual que nosotros, hay muchas personas que abren desinteresadamente las puertas de sus casas. En las familias, existen costumbres que nos resultan muy diferentes a las nuestras, pero con comunicación, respeto mutuo y humildad, creo que todo se puede solucionar.